EPAMINONDAS
Había una vez una buena mujer que tenía un hijo. Como era muy pobre y no podía darle gran cosa al niño, quiso ponerle un gran nombre y le llamó Épaminondas, que era un general griego, muy valiente.
Épaminondas visitaba cada semana a su madrina que le quería mucho y le daba siempre algún obsequio. Un buen día la madrina le regaló un bizcocho.
Épaminondas visitaba cada semana a su madrina que le quería mucho y le daba siempre algún obsequio. Un buen día la madrina le regaló un bizcocho.
- No lo pierdas,
Epaminondas. Llévatelo a casa muy apretado - le dijo.
- No temas, madrina,
no lo perderé - contestó el niño.
Pero apretó la mano
con tanta fuerza, que al llegar a casa ya no quedaban más que unas migajas.
-¿Qué traes aquí,
Epaminondas?
- Un bizcocho, madre.
-¡Un bizcocho!
¡Válgame Dios! ¿Qué has hecho de la inteligencia que te di cuando viniste al
mundo? ¡Qué maneras son esas de llevar un bizcocho? Para llevar bien un
bizcocho se envuelve muy bien en un papel de seda y después se mete
dentro del sombrero. Entonces te pones el
sombrero y, muy despacio y muy derecho, para que no se te caiga, vienes
tranquilamente a casa. ¿Has entendido?
- Sí, madre.
A los pocos días fue
otra vez a casa de su madrina y ésta le regaló un hermoso pedazo de mantequilla
fresca. Epaminondas cogió la
mantequilla, la envolvió en un papel de seda cuidadosamente y la puso dentro de
su sombrero; luego se colocó el sombrero sobre la cabeza y empezó a andar hacia
su casa, muy derecho y despacio.
Era verano y el sol
abrasaba; la mantequilla empezó a derretirse dentro del sombrero y goteaba por
todas partes. Y cuando Epaminondas llegó a su casa la mantequilla no estaba
«dentro. del sombrero, sino encima de Epaminondas.
La madre, al verle,
se echó las manos a la cabeza.
- ¡Epaminondas! ¿Qué
traes aquí?
- Mantequilla, madre.
- ¿Mantequilla?
¡Válgame Dios, Epaminondas! ¿Qué has hecho de la inteligencia que te di cuando
viniste al mundo? La mantequilla, para llevarla bien, tienes que envolverla en
hojas frescas y, a lo largo del camino, la mojarás una y otra vez en todas las
fuentes que veas hasta llegar a casa. ¿Has entendido?
- Sí, madre.
La vez siguiente,
cuando Epaminondas fue a visitar a su madrina, le regaló un perrito muy mono.
Epaminondas lo envolvió en unas grandes y frescas hojas,
y por el camino lo fue mojando en todas las fuentes hasta llegar a casa; y
cuando llegó el pobre perrito estaba medio muerto y tiritando.
- ¡Dios nos asista!
¿Epaminondas, hijo mío, qué traes aquí?
- Un perrito, madre.
- ¿Un perrito?
Epaminondas, Epaminondas, ¿qué has hecho de la inteligencia que te di cuando
viniste al mundo? Esta no es manera de llevar un perrito. Un perrito se lleva
atándole una cuerda al cuello y tirando de ella con mucho cuidado, «así», para
que el animalito ande. ¿Has entendido?
- Sí, madre -
contestó Epaminondas.
Cuando volvió a casa
de su madrina, la buena mujer le regaló un pan recién sacado del horno,
crujiente y doradito. Epaminondas le ató una cuerda, y tirando de él con mucho
cuidado, «así» volvió a su casa.
- ¡Dios mío! ¿Qué
traes aquí, Epaminondas, hijo mío?
- Un pan, madre, que
me ha regalado mi madrina.
-¿Un pan? ¡Ay,
Epaminondas, Epaminondas! No volverás a casa de tu madrina ni te explicaré nada
ya. Desde ahora iré yo a todas partes.
Al día siguiente su
madre se preparó para ir a casa de su madrina y le dijo:
- Epaminondas, hijo
mío, fíjate bien en lo que voy a decirte. Tú has visto que acabo de cocer en el
horno seis pasteles y los he puesto sobre una tabla delante de la puerta, para
que se enfríen. Vigila que no se los coma el gato y, si tienes que salir, cuida bien de pasar por encima de ellos.
- Sí, madre -
contestó Epaminondas.
Y cuando Epaminondas
quiso salir “miró muy bien cómo pasaba por encima de ellos” - uno,
dos, tres, cuatro, cinco...- mientras ponía exactamente los pies encima de cada
pastel.
¿Y sabéis lo que pasó
cuando volvió su madre? Nadie ha sabido explicármelo, pero a lo mejor vosotros
lo adivináis Lo que es seguro es que Epaminondas no probó aquellos pasteles.
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