Y hoy os voy a regalar una redacción escrita por Alexia, una alumna de segundo de ESO del Instituto de Seròs que escribe "de maravilla". Os dejo con
‘’ESO’’
Fermín
era un hombre normal, con una vida de la que estaba orgulloso. Pero nunca
imaginó que le fuese a suceder algo tan terrorífico. Lo que parecía un
tranquilo día, se convirtió en su pesadilla más recurrente. Jamás volvió a ser
el mismo.
Era
sábado por la mañana, y Fermín se despertó a las 11a.m., pues estaba de vacaciones.
Se levantó feliz de comenzar un nuevo día, y se preparó un café a su gusto. Él
vivía con su mujer en un pueblo costero, al lado de un puerto, ya que, al
hombre, aficionado a los barcos, o le molestaban los ruidos que producían
éstos. Pasaron las horas, y fue a dar un paseo por los alrededores para sacar a
su fiel compañero, Max. Un pastor alemán que pasó 6 años a su lado. Llegaron a
un descampado, no muy lejos de su casa, y Max se comenzó a sentir inquieto,
cosa que su amo notó.
-¿Qué
pasa, amigo? – preguntó Fermín a su mascota, esperando una reacción como
respuesta.
El
perro echo a correr, mostrando sus dientes, pues el animal pudo ver algo que
Fermín no. Éste fue tras él, y pudo ver como caía en un agujero, el cual no
vieron ninguno de los dos, y el hombre pensó que había caído en una plataforma
baja. Corrió preocupado, gritando el nombre de su compañero, hasta llegar a lo
que parecía ser un oscuro túnel bajo tierra. Se asomó con miedo y gritó una vez
más el nombre de Max, pero al hacerlo, notó que algo tiraba de él con fuerza,
intentando que cayese dentro de ese abismo, sintiendo profundos arañazos y
cortes en su piel. Desesperado, se libró de los agarres invisibles y corrió
tanto como sus piernas aguantaron, y volteó un momento, deteniendo sus grandes
zancadas en seco, para ver de qué estaba huyendo. Al darse la vuelta, se podía
notar el terror absoluto en sus ojos al visualizar algo que ni él mismo podía
describir sin que le entrase el pánico al recordarlo. Retrocedió unos pasos,
casi paralizado por el miedo, y volvió a correr sin rumbo claro para huir de
‘’eso’’. Podía localizar el límite del descampado, donde en una cuesta abajo,
podía ver su casa y el puerto. Se detuvo justo en el borde, y volvió a mirar
atrás, viendo cómo se acercaba. Sin pensarlo dos veces Fermín se lanzó ladera
abajo, cayendo y rodando entre troncos, piedras y maleza que le golpeaban y le
arrancaban la piel a jirones. Ya no sintió dolor, ni miedo, ni cansancio hasta
que llegó a los hangares del puerto, pasando al lado de su casa sin pensar en
nada más que en escapar.
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